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La historia laboral de las mujeres ha sido una constante lucha por la igualdad, y las leyes laborales del siglo XIX representaron un punto de inflexión en este camino hacia la equidad de género. Como una semilla plantada en tierra fértil, estas leyes fueron el inicio de un proceso transformador que merece nuestra atención.

En 1833, el Reino Unido marcó un hito con la Ley de Fábricas, estableciendo límites en las horas de trabajo para mujeres y niños. Aunque esta legislación no abordaba directamente las necesidades de las madres lactantes, sentó los cimientos para un cambio radical en el mundo laboral, como las raíces de un árbol que se afirman en el suelo, allanando el camino hacia una mayor igualdad de género.

Luego, en 1919, los Estados Unidos dieron un paso importante con la Ley de Jornada Laboral, que prohibió el trabajo infantil y estableció una jornada laboral de ocho horas. Aunque esta ley no se centraba en las madres lactantes, reconocía el derecho a un horario de trabajo razonable, como las ramas que se extienden del tronco principal, teniendo en cuenta las necesidades de las familias en crecimiento.

El cambio más audaz llegó en 1938 con la Ley de Normas Justas de Trabajo en los Estados Unidos, que estableció estándares federales para salarios mínimos y condiciones laborales justas. Aunque no abordaba específicamente las necesidades de las madres lactantes, sentó las bases para futuras legislaciones que reconocerían la importancia de la maternidad en el entorno laboral, como el crecimiento de un árbol que se expande para dar sombra y refugio.

Hoy, al reflexionar sobre estos hitos históricos, te invitamos a renovar el compromiso para derribar las barreras restantes para las madres trabajadoras. Nos esforzamos por construir un presente donde todas puedan prosperar personal y profesionalmente, incluidas aquellas que están en la etapa de lactancia. Es hora de escribir un nuevo capítulo, donde aquella semilla del cambio sembrada hace casi dos siglos se convierta en el árbol frondoso bajo el cual se cobije el ecosistema laboral saludable y sustentable, donde todos los miembros vivan de manera digna y logren aspirar a desarrollar todo su potencial sin desproteger a los más vulnerables, niños y madres, quienes a su vez son los baluartes que aseguran nuestro porvenir.