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Hace unos meses, recibí el diagnóstico de endometriosis grado 4, la forma más avanzada de esta enfermedad. El médico me explicó que esta condición conlleva riesgos de infertilidad, dolor crónico y sangrado. Agradezco profundamente tener a dos niños que me eligieron como su mamá y, aunque afronto los desafíos asociados con los otros síntomas, estoy teniendo progresos. 

Esta enfermedad, de la cual estoy aprendiendo día a día, ha estado presente en mi círculo cercano a través de amigas y colegas que la han enfrentado de diversas maneras.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la endometriosis afecta a aproximadamente 190 millones de mujeres y niñas en edad reproductiva en todo el mundo, lo que equivale al 10 % de este grupo poblacional. En Ecuador, 1 de cada 10 mujeres la padece.

Los tratamientos varían según la gravedad del caso e incluyen cirugías, tratamientos hormonales, acupuntura, homeopatía, entre otros. Aunque la enfermedad sigue siendo difícil de identificar, las investigaciones continúan para encontrar formas de prevenirla, ya que actualmente solo se conocen tratamientos para controlarla, no para curarla.

Aceptar la enfermedad como parte de mí me ha conectado con las experiencias de muchas mujeres que la viven, especialmente en el ámbito laboral. Trabajar con dolor constante puede convertirse en parte de tu rutina, pero en el entorno laboral, a menudo es una enfermedad incomprendida. La endometriosis es, en mi experiencia, caprichosa y se activa de manera más intensa en ciertos momentos del mes debido a factores hormonales y emocionales.

A puertas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer reflexiono sobre cómo, al formar parte de una organización, nuestra vida personal transcurre en paralelo con sus altibajos, y las estrategias para construir una marca empleadora atractiva tienen el desafío de considerar acertadamente este principio de integralidad del ser humano.

Además, comprendo el significado que tiene para una mujer que desea ser madre enfrentarse a este obstáculo y embarcarse en procesos de fertilidad, con todo lo que ello implica: intervenciones hormonales, carga emocional, presupuesto familiar y un largo etcétera. Estos procesos, a menudo vividos en silencio, deberían ser parte integral de los planes de parentalidad, ya que son una realidad mucho más común de lo que imaginamos.

En mi caso, esta situación solo refuerza el compromiso con mi propósito de servicio y la necesidad de visibilizar situaciones que deben considerarse como parte natural de la fuerza laboral femenina. No busco estigmatizar, sino humanizar, reconociendo la diversidad de experiencias que las mujeres enfrentamos en el ámbito profesional.