Zygmunt Bauman acertadamente analizó como en la «modernidad líquida» las personas vivimos, sentimos, actuamos, nos desarrollamos y nos relacionamos en dos mundos paralelos y distintos: el mundo online que tiene por delante una pantalla y a la tecnología como aliado para transitar en esta esfera; y el mundo offline, tradicional de las generaciones pasadas en el cual prima ese contacto cara a cara, donde podemos tocar, ver y sentir con los cinco sentidos.
Actualmente existe un debate muy vigente, que espero cada vez cobre más fuerza y relevancia, que es el derecho de los trabajadores a equilibrar adecuadamente su vida personal, familiar y laboral. A este debate se le debe sumar un elemento adicional que es el derecho a la “desconexión digital”. En varios países ya existen normas al respecto, especialmente en países europeos como Francia y España y espero con ansias que su alcance llegue a todas las regiones.
Pero ¿Por qué la tecnología hace que las fronteras entre la vida laboral y la vida privada sean más difusas? ¿Qué elementos deben conjugarse para dar como resultado que hoy tengamos que hablar del “derecho a la desconexión” en el ámbito laboral?
Pues bien, los actores de esta ecuación son: las empresas, los empleados y los gobiernos. Cada empresa impregna su cultura en sus trabajadores y genera ciertas condiciones laborales que arrojan resultados positivos o negativos, y en este tema puntual si la organización tiene un estilo de trabajo en el cual se reconoce y se premia a quien sale más tarde de la oficina, a quién envía los correos en horarios fuera de la jornada laboral, a quién sigue trabajando durante períodos de vacaciones o licencias, etc… está claro que quién haga lo contrario se sentirá condenado a seguir este ejemplo. En países como Suecia, donde la jornada laboral se ha reducido a 6 horas al día, la persona que excede su horario no es vista como el trabajador ejemplar, sino todo lo contrario, como una persona que no ha tenido la capacidad de ser eficiente dentro de su horario de trabajo.
Por otro lado, cada colaborador está en la potestad de ocupar su jornada laboral de una forma planificada y responsable en la cual pueda maximizar su productividad y ser corresponsable de su propio equilibrio, es decir, que la desconexión digital también es una cuestión de decisión personal.
Finalmente, contar con un marco regulatorio que otorgue derechos y establezca obligaciones a los empleadores y empleados, sin duda es una base para construir hacia arriba organizaciones más sanas, productivas y sobretodo más humanas.
¿Cuándo podríamos sospechar que debemos trabajar en la desconexión digital?
Si recibes y contestas correos y mensajes de WhatsApp de lunes a lunes, si trabajas a diario pasadas las 20:00, si continúas trabajando durante fines de semana, vacaciones y licencias, si te sientes invadido en tu espacio y actividades personales y familiares, si afecta tus necesidades básicas como el sueño, alimentación y esparcimiento. ¡Preocúpate!
¿Qué buenas prácticas pueden aplicar las empresas?
Resulta importante documentar esta intención de la organización de trabajar en la desconexión digital, desde el más alto nivel, por lo cual se lo debe incluir en los códigos de ética y conducta o protocolos de desconexión digital, que cuenten con el aval de la Alta Dirección.
- Bloquear el acceso al ordenador durante vacaciones y licencias
- Permitir que sea opcional descargar el mail corporativo en el celular
- Evitar el uso de chats de equipos de trabajo fuera del horario laboral
- Sensibilizar constantemente sobre la importancia de la desconexión digital
- Aplicar estas prácticas en todos los niveles jerárquicos de la organización
- Generar una cultura basada en valores y propósito, gestión por objetivos y confianza
Finalmente, si una organización quiere tener buenos niveles de productividad y que sean sostenibles en el tiempo, es vital que comprenda que los tiempos de desconexión permiten que los colaboradores puedan desarrollar una mejor calidad de vida personal y familiar, lo que repercutirá directamente en un mejor desempeño laboral. El desafío está en humanizar a la tecnología y no quedar absorbidos por ella.